si quieres que la gente te crea no te hagas poeta
a veces siento que las palabras no bastan
cuando hay quien dice más que yo con colores
y quien en una melodía puede hacer sentir a más
lo que ni conseguiría yo con mil renglones
papá dice que ya nadie echa de menos
porque la gente ya no se manda cartas
y a veces hasta mis versos los siento ajenos
siendo yo misma quien los redacta
la palabra: moneda que más perdió su valor
de tanta persona que la malgasta,
ahora, para expresar nuestro dolor
con contarlo o escribirlo ya no basta
ya no tiene sentido querer
si nuestro puente entre mentes tambalea
así que mi palabra la voy a ceder,
quien me quiera entender que me lea
Estoy escribiendo tres libros y todavía no he terminado ninguno.
Si que es verdad que el escribir un libro es un proceso largo, con el que hay que hacer las paces en cuánto a tiempo. No todos los escritores tienen el mismo plan de escritura, ni la misma mente. Sin embargo, creo que algo que me reduce la productividad y avanzar es ir detrás de una idea nueva constantemente. Un concepto nuevo, personajes nuevos en un mundo que mi cerebro máquina más rápido de lo que mi cuerpo se decide a escribirlo.
Y no solo se limita a la escritura. Creo que es algo que me pasa desde pequeña. Las ideas simplemente lucen mejor en mi cabeza que cómo lo hacen puestas en papel. Mis pensamientos corren a una velocidad más rápida e inalcanzable, que lo que tardo realmente en volverlos realidad. Es por eso que escribo la mayoría de veces en papel y no sobre las teclas. Pulsar cada botón y borrar cualquier error me ralentiza. Tachar es mucho más fácil que borrar, aunque se vea más feo.
En sí creo que la tecnología nos ralentiza más de lo que nos ahorra tiempo. Al menos lo hace con nuestro cerebro, lo vuelve más lento al ponerle las cosas más fáciles. Lo priva de ejercitarse. Nos llena la cabeza de ideas, constantemente, tantas que se nos vuelve imposible quedarnos con una y centrarnos en ella.
Antes de escribir este artículo, tenía otros dos temas más a parte de éste, por si no podía terminar de desarrollarlo. Y aunque no se me ocurriesen más, con un click a chat gpt, me hubiese sacado otros cuatro de la manga.
Ahora mismo estoy escribiendo esto en el teléfono. Y el corrector a parte de corregirme las palabras, se inventa otras tres antes de que acabe de escribir una. Así, si no recuerdo cómo se escribe o no la encuentro, ya me da otras dos opciones más. O las confunde, haciendo que deba borrar la que me coloca automáticamente sobre la pantalla. Interrumpiendo las oraciones que fabrica mi mente y haciendo que me olvide de ellas.
A veces dejo las películas a la mitad, porque recuerdo que debo terminar ciertas actividades del día que se me habían quedado a la mitad el día anterior o horas antes de ponerme a ver la película. Y obviamente, o se me olvida terminarlas o se apodera de mí la pereza, y mi cerebro da aquel momento como pasado. Películas buenas, películas que me gustan. Por eso disfruto mucho más el ritual que supone ir al cine. Estar encerrada en una sala, obligada a centrarme en la pantalla grande y a mantener el silencio, me hace realmente absorber las películas, aunque me disgusten. Me hace sentarme con el sentimiento de disgusto y analizar el por qué lo hacen. Por qué me disgustan. Quizás es el diálogo, su tiempo, la trayectoria de cámara o el planteamiento de los personajes. Y aquello me ayuda a luego, implementarlo en mis historias.
También me pasa, aunque pocas veces, con mis dibujos. Cuando estudiaba bachillerato de artes teníamos una fecha de entrega límite y yo casi siempre terminaba mis proyectos antes de la fecha. Dibujaba cada día porque había una hora de clase dedicada a ello. En la que solo debíamos centrarnos en eso, el dibujo. Sin distracciones, sin más que hacer. Pero en cuanto me dispongo a dibujar en mi día a día fuera de un aula, siempre hay algo que me interrumpe. El tiempo nunca es suficiente para crear, la vida siempre se interpone de por medio.
Supongo que también es algo que viene con la adultez, la falta de tiempo. El sistema en el que vivimos apenas nos ofrece tiempo para crear, ni para tener hobbies fuera de un trabajo o una pantalla. E incluso nos hace sentir culpables si malgastamos nuestro tiempo en algo que no nos suponga un beneficio económico o físico. El arte está muy infravalorado en esta sociedad porque toma tiempo.
Las series tardan años en producirse porque las ideas no salen de la nada. Salen de un cerebro que últimamente está programado para que se lo hagan todo. Hasta que las inteligencias artificiales creadas por cerebros pensantes, sustituyan a estos mismos. Y ya nada tenga alma.
Leer un libro toma tiempo porque escribirlo toma el doble. Y sin embargo, la mayoría de veces lo que se consume, se usa y se tira. O se cuestiona y critica sin realmente analizarse. Así, descartado, como los tachones en mis libretas.
El arte toma tiempo porque implica materializar algo que sale de uno mismo, darle voz y un espacio físico a algo que sale de la misma nada. Del ser. Y el ser no se puede medir en horas o productividad. Al igual que éste artículo no hubiese salido de mí si no me hubiese sentado a escribirlo. El arte de no terminar nada es el arte de no hacer las paces con el tiempo que esto toma. Y se puede aplicar a todo, a relaciones, a trabajos, a libros, comidas... Las cosas toman tiempo para cobrar forma y volverse algo que exista.
Quizás exagero o quizás no sepa cómo terminar esto.
Firmas en las paredes
Resplandecen
Sobre la noche tuerta,
Un niño mutilado
llora arrodillado
entre dos coches.
Esquirlas
De un cerebro desvencijado
Enarbolan la lumbre
De millares de estrellas opacas.
El niño avanza desorientado
Sobre el camino
Que conduce a la aurora.
Bajo él,
Un abismo
De luces negras.
He sentido
El ascender de las cosas.
“Se le ordena”... En esta ocasión le toca el turno al país de las pupusas, uno de los países con más volcanes y conocido popularmente como el Pulgarcito de América debido a su tamaño. Hoy, como dictaría Bukele, “se le ordena” hablar del país que lleva el nombre de Jesucristo; en otras palabras, el Salvador del mundo. Sí, hoy toca hablar de El Salvador.
Hoy nos remontaremos al 15 de septiembre de 1821, momento en el cual se proclama la independencia de Centroamérica del ya en decadencia Imperio español. A raíz de este suceso se debate si es mejor anexionarse al Imperio Mexicano o, por otra parte, fundar la Federación Centroamericana. El Salvador fue el único territorio que se opuso a la anexión al Imperio Mexicano, llegando incluso a organizar milicias y enfrentamientos militares, porque, por lo que sea, conseguir la independencia de un imperio para entrar en otro no formaba parte de sus planes. Pero en 1823, el Imperio Mexicano cae y esto provoca la creación de la Federación Centroamericana, que durará hasta 1839 debido a numerosos desacuerdos internos. No es hasta el 22 de febrero de 1841 que el Pulgarcito de América proclama su independencia y se constituye como un Estado independiente.
Después de la independencia, el país quedó bajo el control de las familias más poderosas del territorio. Me gustaría escribirsobre una mejora, pero no fue así: la diferencia entre antes, cuando formaban parte del Imperio Español, y después era simplemente que las ganancias económicas ya no cruzaban el Atlántico, sino que se repartían entre los terratenientes salvadoreños.
Esta situación no cambiará hasta la aparición de un personaje llamado Farabundo Martí, símbolo revolucionario de la lucha campesina en El Salvador que surgió en el primer tercio del siglo XX. Su principal logro fue plantar la semilla de la revolución que se produciría a posteriori, pero no todo lo que reluce es oro: a pesar de estar mitificado en todo el territorio, se le acusa de negligencia y falta de preparación, lo que acabó provocando la famosa Matanza de 1932, donde perdieron la vida entre 10.000 y 30.000 campesinos e indígenas. El problema de Farabundo fue la falta de planificación y de una estrategia clara, debido a una mala coordinación, una subestimación de la represión militar, una ausencia de apoyo masivo real y una gran improvisación. Fueron los ingredientes perfectos para que el régimen aplastara brutalmente la rebelión y acabara fusilando al líder Farabundo Martí.
Tras este suceso, el país estuvo sometido a un régimen dictatorial, controlado por los oligarcas de la industria cafetera. Aunque la situación no era la más idónea, la semilla de la revolución que plantó Farabundo Martí comenzó a germinar, provocando la creación de grupos guerrilleros para hacer frente al régimen. La tensión fue en aumento hasta 1980, cuando el ejército decidió asesinar a Monseñor Romero, lo que supuso un punto de no retorno y el estallido de la guerra civil entre los grupos guerrilleros —destacando el FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional)— contra el régimen absolutista del Estado. La guerra tuvo una duración de doce años (1980-1992) y finalizó con los Acuerdos de Paz de Chapultepec, que supusieron la entrega de armas del FMLN y la creación de Arena como partido político. La etapa de la guerra fue una de las más duras vividas en el país. El testimonio de Roberto Caledonio nos cuenta algunas anécdotas: desde cómo acabó secuestrado con el autobús escolar, por el simple hecho de querer ir a la escuela, hasta cuando jugaba en el patio de su casa y escuchaba helicópteros y convoyes militares disparando a civiles. Mostrando cómo la guerra no solo se libraba en los campos de batalla, sino que invadía cada rincón de la vida cotidiana, convirtiendo incluso los momentos más simples en experiencias de peligro y tensión constante.
Pero el fin de la guerra no trajo la paz ni algo que se le pareciera. A raíz del final del conflicto, en el ámbito político se creó un bipartidismo entre Arena (derecha) y el FMLN (izquierda). A día de hoy está demostrado que durante treinta años de bipartidismo ningún gobierno estuvo exento de corrupción; y, si no están en la cárcel, se encuentran exiliados en el extranjero. A la par de estos gobiernos, en las calles de El Salvador se incrementó el movimiento de las pandillas, más popularmente conocidas como maras —palabra que se usa para referirse a un grupo de amigos—. Estas bandas criminales surgieron de la pobreza de la posguerra. El hecho de formar parte de un grupo que brindaba protección y, al mismo tiempo, permitía mantener económicamente a toda una familia era una alternativa muy atractiva para muchos tras la guerra civil.
Esto acabó derivando en que, en treinta años, se produjeran más de 80.000 homicidios y más de 20.000 personas desaparecidas cuyo paradero nunca se llegó a conocer. A ello se sumaban todo tipo de extorsiones al pueblo salvadoreño, la más conocida la renta, que consistía en un pago cada vez mayor. Si no se realizaba, se sufrían las peores consecuencias imaginables para el ser humano. La situación en El Salvador durante este periodo era similar a una anarquía, donde el más fuerte era el que lograba sobrevivir. Este movimiento se sostenía principalmente por el propio gobierno, ya que era este mismo quien financiaba a las maras para conseguir apoyo electoral y optar a la presidencia. En otras palabras, el gobierno salvadoreño negociaba con la sangre de su pueblo a cambio de su propio bienestar.
Desde la llegada al poder de Nayib Bukele en 2019, El Salvador ha experimentado un cambio radical. Con el régimen de excepción y el encarcelamiento masivo de pandilleros, los homicidios han caído a mínimos históricos, convirtiendo al país en uno de los más seguros de América. Sin embargo, este giro trae polémica: organizaciones internacionales denuncian violaciones de derechos humanos, detenciones arbitrarias y autoritarismo. En el exterior, la figura de Bukele divide opiniones entre quienes lo ven como un dictador y quienes lo consideran un libertador. Dentro de El Salvador, la percepción es distinta: la mayoría de la población siente esperanza y reconoce mejoras en la seguridad. Aunque aún son visibles las cicatrices —casas fortificadas, desconfianza en las calles—, por primera vez en mucho tiempo, los salvadoreños caminan con la sensación de que la violencia ya no domina sus vidas.
Nayib Bukele es una figura que genera gran controversia. Ha tomado decisiones que muchos califican de autoritarias, como entrar con el ejército al parlamento nacional, adoptar medidas para alargar su mandato o incluso exigir un tipo de peinado para la juventud en los centros escolares. Sin embargo, cuando se conversa con personas que viven y experimentan de primera mano los efectos de su gobierno, la respuesta suele ser de satisfacción. Incluso, al preguntarle directamente a un ciudadano si sentía que estaba en una dictadura, respondió: “No sé si estamos en una dictadura o no, pero lo que sí sé es que El Salvador de ahora no tiene nada que ver con el país que era hace unos años. Así que, si esto es una dictadura, bienvenida sea”. La otra cara de Bukele son las medidas y cambios visibles que ha impulsado para la población salvadoreña. Entre ellas se destacan la reducción de la violencia, la construcción de nuevas infraestructuras, la apertura de espacios culturales como la Biblioteca Nacional de San Salvador (abierta 24 horas los 365 días al año), el fomento del turismo, la modernización de los trámites públicos, la inversión en salud y educación, así como una fuerte apuesta por la innovación tecnológica. Con todo ello, muchos salvadoreños perciben que su país vive un cambio radical respecto a la inseguridad y el abandono que marcaban el pasado reciente.
El Salvador es un país de contrastes y resiliencia. Desde su lucha por la independencia hasta los conflictos internos y la guerra civil, ha sabido levantarse pese a la violencia, la desigualdad y la corrupción. Las cicatrices del pasado aún son visibles, pero también lo son los avances y las transformaciones recientes, como la mejora en seguridad, la inversión en infraestructura y cultura, y la modernización del país bajo el gobierno actual. La historia de El Salvador nos muestra que, a pesar de los desafíos, su gente tiene la capacidad de reinventarse y construir un futuro mejor. Entre volcanes, pupusas y héroes populares, este pequeño país sigue demostrando que el “Pulgarcito de América”, es solo un apodo.
El poder del veneno
Las novelas de misterio son pertenecientes a un caudal de obras que buscan evocar misticismo, miedo o inquietud. Hay un objetivo claro: despistar y confundir a los lectores, para mantenerlos enganchados. Y, desde la popularización del género, ha habido un método para asesinatos utilizado hasta la saciedad: el uso del veneno. Una forma que, si me preguntan, es completamente fascinante, desde su modo de empleo hasta los efectos que puede causar. Y es que hay todo un arte dedicado al uso de esta técnica de asesinato: una meticulosa planeación repleta de premeditación, alevosía y seguimiento constante. No es asestar un golpe mortal, no consiste en clavar un puñal y causar una herida incapaz de ser curada a tiempo, no se trata de disparar una bala a alguna parte fatal del cuerpo, ni de forcejear con alguien hasta que el aire deje de llegar a sus pulmones. En estos actos, hay una violencia puramente explícita y hasta necesaria para conseguir alcanzar el maligno objetivo. Es algo gráfico, descriptivo ya en su propia imagen, que no deja lugar a dudas.
Pero con el veneno, hay una rutina que aprender, un estudio que realizar de la víctima, conocerla bien. Además, elegir el veneno en sí, ver cuál se adapta más a la situación que el asesino pretenda crear, saber cómo los efectos pueden afectarle, y cerciorarse de que no se den cuenta para que no se lo traten cuando todavía hay tiempo para salvarse. Pero lo que más me fascina del método es, si todo sale a pedir de boca para el asesino, la seguridad con la que la víctima en cuestión ingerirá el veneno sin siquiera sospechar de las consecuencias. El engaño, el despiste con el que la víctima terminará pereciendo. No hay un momento catártico, no hay una gran revelación de que la muerte está rondándote. Sólo una enfermiza y paciente espera por parte del asesino. Todo el conjunto resulta macabramente interesante.
Un poco de historia
La palabra veneno viene del latín venenum, y se usaba para referirse a pociones o bebidas con propiedades mágicas, es decir, medicinas o drogas. El veneno ha estado presente desde tiempos arcaicos; en la edad antigua se usaba para facilitar la caza, y el constante uso de este permitió su sofisticación. Los primeros humanos utilizaban armas convencionales, como hachas, garrotes y espadas, pero pronto tuvieron la idea de buscar formas más efectivas y sutiles para causar la muerte. El veneno fue incorporado al repertorio de armas para la caza. Se especula que la verdadera naturaleza de estas sustancias tan extrañas en aquel tiempo fue mantenida como secreto entre los miembros más importantes de las tribus o clanes, lo cual les otorgaba poder y misticismo. De aquí podría surgir el concepto de “chamán”, por ejemplo. Pasado un tiempo, alrededor del 114-63 a.C, Mítrades VI, rey de Ponto (un antiguo estado helenístico) se vio terriblemente emparanoiado con la idea de ser asesinado con veneno, por lo que, sirviéndose de su posición de poder, probó distintos venenos en criminales condenados a muerte, para así buscar un posible antídoto. Por si eso fuera poco (que no lo es, por lo que sea), también se administraba a sí mismo pequeñas dosis de veneno, con el afán de así desarrollar inmunidad.
Estos actos lo convirtieron en un pionero en la búsqueda de antídotos. Su investigación lo llevó a elaborar una fórmula con la que desarrollar un remedio herbáceo, que denominó Mithridatium, o Mitríades para nosotros. Su descubrimiento se mantuvo en secreto, hasta que sus prescripciones y notas fueron llevadas a Roma y luego traducidas al latín. (Vermendi, 2018) Se sabe también que, en el antiguo Egipto, el primer faraón, Menes, estudió las propiedades de las plantas venenosas y de los venenos, allá el año 300 a.C, aunque él se enfocara más en las propiedades medicinales.
Se cree que los egipcios tuvieron conocimientos sobre el antimonio, cobre, arsénico, opio, mandrágora y el plomo, entre otros. Además, es creencia popular que los egipcios fueron quienes pusieron por primera vez en uso la destilación, lo cual permite obtener veneno de semillas. (Wikipedia, s.f.) El paso del veneno por la historia humana dejó hitos que a día de hoy todavía se hablan, como la célebre muerte de Sócrates en el siglo IV a.C, el suicidio de Cleopatra para escapar del emperador romano o el (supuesto) asesinato de Claudio para que Nerón alcanzara el título de emperador en el 54 d.C. Pasamos de usar el veneno para caza a usarlo para asesinato, de forma premeditada e insidiosa.
Su implementación a la literatura
Al ser un recurso tan efectivo y con tantas variedades en su forma, efectos y aplicaciones, no es de extrañar que el veneno se convirtiera en un recurso recurrente en la literatura. No podemos hablar del inicio de su implementación como tal, ya que el uso del veneno fue una evolución constante desde el principio de la historia. Si quisiéramos hablar de relatos, podríamos hablar sobre lo comúnmente referenciado que fue el asesinato de Sócrates con la cicuta, o también las historias que se pregonaron en base a los asesinatos y conspiraciones ocurridas en el Imperio Romano. Ahora, también podemos remontarnos a la antigua Europa: Geoffrey Chaucer escribió Los Cuentos de Canterbury, una recopilación de relatos que cuenta con uno en particular en el que se describe a un asesino comprando veneno de un boticario para deshacerse de una plaga de ratas. A pesar de no ser este el punto de partida indicado como tal, fue a partir de aquí que diversos escritores y artistas comenzaron a utilizar el veneno como elemento predominante o de cierta importancia en sus obras.
La célebre escritora británica Agatha Christie destaca, ciertamente, por la predilección que mostraba en sus obras por el veneno como arma para el asesinato. Y no es broma, de las aproximadamente 222 obras que tiene, la gran mayoría mueren a causa de ingerir veneno. Y lo que es tanto escalofriante como interesante y fascinante es que la autora describía los síntomas y efectos con una precisión científica de manual. ¿El motivo? Contaba con grandes conocimientos sobre química, ya que sirvió como enfermera voluntaria en un hospital durante la Primera Guerra Mundial, pero fue destinada a una farmacia. A diferencia de hoy en día, que te dan los fármacos metidos en una pequeña caja de cartón envuelta en papel suave, en aquella época debían ser los farmacéuticos quienes elaboraran a mano cada píldora, poción y demás.
De modo que Christie no tuvo más remedio que aprender a identificar las especies con usos medicinales y elaborar los fármacos. Así que la joven se empapó de conocimientos prácticos con los que asistió a mucha gente en su época. No sólo eso, sino que, además, volvió a trabajar en una farmacia, esta vez en el University College Hospital, durante la Segunda Guerra Mundial. Dos guerras mundiales llevaba la señora a su espalda, vaya. Christie obtuvo el reconocimiento de científicos, que afirmaban que lo descrito en sus obras referente al veneno y sus usos contaban con una rigorosa descripción y apego a la realidad. Tanto era así que incluso, durante la investigación del caso policial del envenenador Graham Young en los años 70, se utilizó The Pale Horse (El Misterio de Pale Horse), una de sus novelas, como forma de consulta científica. Tanta precisión causó que la escritora fuera, a veces, blanco de sospechas y acusaciones muy graves, pero no hay que sacar las cosas de contexto. En aquella época, los fármacos y elementos utilizados para la elaboración de los venenos descritos en sus obras estaban muchísimo más al alcance que a día de hoy. Además, no es de extrañar la fascinación que debía causarle todo el tema a Christie. (Gutiérrez, 2024)